martes, 14 de febrero de 2017

¿ES BUENA LA NATURALEZA HUMANA?

Isabel Torres

En una de las tantas exposiciones que hemos ido realizando esta semana, se ha hablado acerca de Rousseau. Este filósofo político, entre otras muchas teorías que planteó, propuso que, en un estado idealizado de naturaleza, el hombre sería bueno para consigo. Me explico, Rousseau afirmaba que es la sociedad la que corrompe al ser humano, la que le añade la maldad; pero que, si el hombre no viviera en sociedad, sería bueno, no entraría en un estado de guerra, tal y como decía su contemporáneo Hobbes: “El hombre es un lobo para el hombre”. Todo esto lo podéis ver mejor explicado en su teoría contractualista.

Personalmente, no podría encontrarme en mayor acuerdo con Rousseau. A mi parecer, la naturaleza del hombre es buena, nuestra esencia en parte es buena también. Es por ello que dos hermanos se parecen, y no me refiero con ello al físico, sino a su moral. Si dos personas se han criado en la misma situación económica, social y geográfica, es muy probable que ellas se asemejen. Esto sucede porque solo tenemos un lado de la moral, el bueno; entonces es la sociedad, el ambiente en el que vivimos el que nos va aportando esos matices “malos”, de maldad, que nos van destruyendo poco a poco.
Quizás os podría afirmar que, a mi parecer, la moral del ser humano no parece ser buena ni mala, sino neutra, y que es a través de nuestras vivencias como la transformamos hasta convertirla en algo
que verdaderamente nos identifique. Tomemos como ejemplo un lienzo en blanco. Este, a priori, no lo podríamos considerar una obra de arte como tal (lo que lo compararíamos con el ser humano ya desarrollado); por tanto, tendría el artista que ir dibujando y pintando (ir absorbiendo lo malo o lo bueno de la sociedad) hasta que consiguiera obtener la obra de arte deseada.

Así debería ser, que cada uno pudiera elegir su propia forma de vivir su vida, de crear su propia obra de arte. Sin embargo, tenemos tantos prejuicios que no podemos permitirlo. Tenemos la idea de convivir en sociedad tan arraigada que ya no podemos separarnos de ella, ni salir por un instante fuera de todo este embrollo y pensar: ¿De verdad es esta la vida que yo deseo vivir?

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